#OPINIÓN Presencia y resistencia #31May

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Nos mueve la fuerza de nuestras convicciones, no la comodidad de las circunstancias. En un país donde cada intento de avanzar democráticamente tropieza con barreras impuestas por un poder autoritario, nuestra respuesta ha sido firme y coherente: más participación, más organización, más determinación. Cuanto más intentan silenciarnos, más alto hablamos. Lo hacemos por todos los que sueñan con una Venezuela distinta, una nación de justicia, bienestar, libertad y con oportunidades para todos. 

Participar en un proceso electoral desequilibrado, controlado por un gobierno que manipula las reglas del juego, no es un acto ingenuo. Quien decide asumir ese reto lo hace con plena conciencia de las limitaciones, no por una ilusión pasajera, sino por sentido de responsabilidad histórica. Se participa sabiendo que las condiciones no son justas, pero con la firme convicción de que la política no se construye desde el vacío ni desde la inercia. Incluso en los contextos más adversos, se mantiene viva la lucha democrática desde dentro, para evitar que desaparezca la alternativa y para preservar liderazgos capaces de resistir y reconstruir.

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En este momento del país, nuestro objetivo alcanzable no era la victoria inmediata, sino estar presentes, levantar la voz, sostener el espacio, resistir. Sabíamos que no enfrentábamos una contienda equilibrada, pero sí una oportunidad para reafirmar principios, fortalecer estructuras y sembrar futuro. No participar es ceder, sin dar batalla, a los pocos espacios institucionales que hoy existen para representar una voz distinta. Y sería repetir errores del pasado, cuando la renuncia simbólica se tradujo en avances reales para el gobierno.

Así, el 25 de mayo dejó una paradoja dolorosa: ver celebrar al mismo tiempo al gobierno y a un sector de la oposición. Los primeros celebraban el control institucional afianzado. Los segundos, una abstención que —aunque simbólicamente destacable— terminó facilitando que ese control se consolidara. Fue una victoria narrativa que se desvanece frente al nuevo mapa político: gobernaciones, alcaldías y el Parlamento, en manos del régimen. Es una derrota real, envuelta en un éxito moral que, sin una estrategia clara, pierde peso rápidamente. Lamentablemente, algunos líderes aún no han aprendido a enmendar el rumbo a tomar para reconstruir Venezuela. 

Pero a pesar de todo, Venezuela no se rinde. Aunque algunos insistan en pintar un país resignado, nosotros seguimos de pie. Representamos a millones que exigen un cambio. A una ciudadanía que, haya votado o no, quiere un rumbo distinto y que encuentra aquí a una dirigencia negada a abandonar esta lucha. El camino por recorrer es complejo, pero también lo es nuestra determinación. Regenerar la política, reconstruir el Estado de derecho y devolverle al voto su valor como instrumento de transformación no es tarea de un día, pero es posible. Lo que logramos fue más que un resultado numérico: fue una semilla de resistencia, un compromiso renovado con la democracia. Y esa semilla va a crecer.

Stalin González

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