“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Juan8:32.
Cuando me dispongo a seguir escribiendo esta segunda parte de mis 50 años escribiendo para EL IMPULSO, la verdad es que me quedo meditando y hasta me entra duda que sea verdad. Creo que la edad, casi 72, tiene sus efectos sobre las sensaciones, percepciones y los estados de ánimos del ser humano. Es por ello que no tengo la menor duda que nuestro Dios Todopoderoso me llamó para que aprovechara la generosidad y la fe en Dios de los dueños y administradores de este diario para que como lo comenté en el artículo anterior, pudiera yo dejar “la estela divina de su Santa Palabra” en la mente, los pensamiento y el corazón de los fieles lectores de este maravilloso periódico durante ésta década que ha transcurrido. Y, hasta donde Él, la familia Carmona, y sus excelentes administradores me lo permitan.
Les cuento. Hace 30 años, en el liceo donde trabajaba como profesor de Ciencias Sociales. U.E Dr. Pastor Oropeza, llegó como profesor de electricidad un colega nuevo. Se llamaba Eduardo González (Se fue al descanso con la pandemia). La verdad como líderes de eventos deportivos, reuniones festivas e inventos “raros” con la comunidad docente no nos agradó su llegada. Esperábamos un docente masculino que jugara Softbol. Que bateara home runs y empujara carreras. Que juega bolas criollas y nos acompañara en todos los eventos de celebraciones extra cátedras. Era lo que esperábamos. Pero no este profesor que era practicante y miembro de una iglesia cristiana muy conocida. La Iglesia Adventista del Séptimo Día. Entonces hubo un distanciamiento casi general sobre todo en aquellos que esperábamos otra cosa.
Confieso que no me sentía a gusto con este colega y siempre trataba de evitarlo, hasta que en una reestructuración obligada en la asignación de aulas para trabajar, pasó algo que yo nunca esperé. La medida de reestructurar y la asignación de aulas lo colocó en el Laboratorio de Electricidad que estaba a mi lado, en el tercer piso. Entonces allí comenzó una relación obligada de contacto permanente. Charlas en las horas de receso que abordan diversos temas de tipo social, deportivos y acerca de la historia de la humanidad la cual era mi especialidad. Inevitable fue entonces iniciar una tertulia donde él era un verdadero “verdugo”: Dios lo había capacitado para enseñar lo que la gente cree es imposible entender acerca de la Biblia como son las profecías por lo cual me volví un apasionado de las mismas. ¿Cómo les parece?
De allí en adelante se desató una relación amistosa que paulatinamente fue creciendo hasta comenzar a estudiar en profundidad las tremendas verdades contenidas en la Santa Biblia. Asistía entonces a conferencias, reuniones, estudios y mi alejamiento de aquellas actividades extra cátedras se fueron haciendo cada vez más visibles, por lo cual el antiguo entorno laboral se percató y vino entonces un rechazo general a mi persona por el nuevo rumbo por donde andaba. Ya mis artículos relacionados a toda una gama de temas que antes dominaba fácilmente me costaba discernirlos, por lo cual bajó mi producción intelectual y literaria. Me sentía vacío, la “musa” no bajaba fácilmente y forzaba mis artículos. Era unas sensación que tal vez mis lectores no notaban pero yo sí. Estaba como atrapado, atado de mente, preso en mis pensamientos, no me sentía libre de escribir ni al escribir. Sentía desasosiego, angustia y me preguntaba ¿Qué es lo que pasa? Le comenté a mi colega Eduardo González lo que me pasaba y me dijo estas palabra “Mira William Amaro, ora a Dios que él te va a mostrar lo que está pasando”. Fue cuando me encontré con el versículo que encabeza este artículo “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Juan8:32.
¡Hasta el próximo artículo Dios mediante! Seguiremos sobre el tema…
William Amaro Gutiérrez