#OPINIÓN Sabías que Iryna significa Paz: El adiós de un ángel indefenso #17Sep

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«Hay silencios que gritan verdades que las palabras no pueden expresar.»

La vida de Iryna Zarutska, una joven de 23 años, fue una travesía de coraje y esperanza que, trágicamente, encontró su punto final en el lugar menos esperado. Iryna no era solo una refugiada ucraniana; era la hija de todos nosotros, una muchacha vulnerable que cualquier padre o madre en el mundo hubiera querido cuidar y proteger. Por eso, su partida es un acto de sinrazón y de lo ilógico. Es incomprensible, no tiene sentido. A qué corazón malvado se le ocurre marchitar, romper y destrozar una rosa que a nadie le hace daño, que lo único que hacía era embellecer el mundo con su presencia. El asesinato de un ángel bueno por un demonio que opera con impunidad es realmente algo que no podemos ni debemos aceptar.

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Huyendo de la guerra en Ucrania, dejó atrás el sonido de las bombas y el miedo a la muerte, buscando un nuevo comienzo en un país que prometía seguridad. Pero, como un cruel capricho del destino, fue en un vagón de tren en Charlotte, Carolina del Norte, donde su viaje se detuvo para siempre.

Las imágenes de seguridad nos han dejado la dolorosa prueba de un acto de pura injusticia. Iryna no estaba en un sitio indebido o impropio. No estaba consumiendo drogas ni participando en inmoralidades. Estaba sentadita y sola en el tren, mirando su celular. Era un escenario de cotidianidad, un simple transporte de un sitio a otro. Su figura se veía peculiarmente indefensa, tan sensible y delicada, lo que hizo que su agresor la eligiera. Este hombre, como un depredador que acecha a su presa más vulnerable, le quitó la vida simplemente por el gusto de hacerlo.

Iryna, indefensa, voltea su rostro hacia su agresor. En esa fracción de segundo que el mundo entero ha visto, no hay odio ni pánico en su mirada, sino una mezcla de incredulidad y sorpresa. Es la mirada de alguien que se siente completamente desarmado, sin entender el porqué de la violencia repentina. Es imposible no sentir que en su mente se agolpaban preguntas sin respuesta. «¿Por qué yo?», «¿Qué he hecho para merecer esto?», «¿Por qué a mí, que no hice nada malo?».

Más allá de la enfermedad de su agresor, el acto fue una muestra de la más pura cobardía. El atacante no se enfrentó a un igual, no buscó un duelo honorable, sino que se aprovechó de la debilidad y la sorpresa. Se abalanzó contra una muchacha delgada e indefensa, traicionando la mínima decencia humana. Esa es la lección más amarga de esta tragedia: el mal no tiene la valentía de mirar a su víctima a los ojos, sino que se esconde en la oscuridad de la espalda, en la indiferencia de la multitud y en la sorpresa de la emboscada. Este hombre, que le quitó la vida a esta joven vulnerable, no es un ser humano. Es un monstruo.

El final de Iryna no fue solo el de un ser humano, sino el de un símbolo de la vulnerabilidad de la inocencia en un mundo que a menudo la traiciona. Su adiós fue sin palabras, pero su mirada lo dijo todo. Fue la mirada de un ángel que se despide, no con odio, sino con una incomprensible tristeza. Su alma abandonó su cuerpo, dejando un vacío que nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y el profundo deber de proteger a los inocentes. Que el eco de su silencio nos inspire a no ser más espectadores.

«La inocencia es la primera víctima de la crueldad.»

Dr. Crisanto Gregorio León

Profesor Universitario

[email protected]

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