Brasil se ha montado en el selecto club espacial y nuclear, una como premonición de su enseña como nación: Orden y Progreso. La América practica lo que piensa Europa, decía Alberdi. Y si en algún país tuvo enorme impacto la filosofía positiva de Auguste Comte fue precisamente en Brasil, donde se vivió como una religión, cosa parecida a lo que sucedió en Chile, países que siguieron la “Religión de la Humanidad” basada en la ciencia, idea de Augusto Comte. Consideraban los positivistas que la Iglesia Católica moriría en el estadio positivo y que el tiempo trabajaba a su favor. En la Venezuela de 1890 el general y novelista Manuel Vicente Romero García (1861-1917) expresaba en su novela Peonía que la Iglesia Católica es nido de fanatismo, que la civilización española arrancó de los fúnebres cerebros inquisitoriales, y que tenemos dentro del hogar una dictadura odiosa, escuela donde se forman siervos para las dictaduras políticas. Orden y progreso es la tesis de la dictadura virtuosa comteana. Consideraban las clases acomodadas brasileñas, dicen los húngaros Gyula Horbáth y Sára Szabo, (El positivismo en Brasil y México, Revista de Estudios Históricos, México, 2005.) que el estadio metafísico comteano se había extendido demasiado, agravándose durante este periodo los problemas del país, posición que contribuyó a la caída de la monarquía en 1889, se opusieron a la esclavitud. En 1890 fue presentado un proyecto de constitución titulado Orden y progreso en nombre de la Humanidad, la Patria, la Familia, que en su título IV se refiere a la personalidad y los derechos del dictador. Brasil fue fiel a la ortodoxia comteana de los tres estados a través de Pierre Laffitte.
Estos autores magiares consideran que el Estado Novo de Getulio Vargas en 1930 era considerado como un populismo positivista, que implementa la educación positivista y el desarrollo del capitalismo tardío, anuló el Parlamento y prohibió los partidos políticos, pretendiendo con ello asegurar el orden para el progreso. Por esos mismos años en nuestro país, Venezuela, se publica en 1919 El libro Cesarismo democrático, una de las obras cumbres del positivismo latinoamericano, según valora Elías Pino Iturrieta. Es una necesidad fatal, dice su polémico autor, el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor y mano dura… que mantiene la paz. El caudillo, única fuerza de conservación social, decía enfático su autor, Laureano Vallenilla Lanz. La influencia del positivismo se mantuvo hasta los años 1950 en Venezuela, bajo el gobierno militarista de Marcos Pérez Jiménez. En Brasil el positivismo sigue teniendo resonancias en su enfoque de la razón, la ciencia y el progreso.
El eclecticismo en Brasil
Nacido en Francia con Víctor Cousin (1792-1867), el eclecticismo como doctrina de conciliación, dice Leopoldo Zea (Romanticismo y positivismo en Brasil, Dianoia, 1964), se afinca de manera maravillosa al espíritu también conciliatorio de los brasileños. No negaba el pasado colonial, sino que se emplea para adaptarlo a las nuevas realidades políticas, sociales y económicas que el desarrollo del Brasil reclamaba. La esencia de la filosofía ecléctica: «coleccionar y reunir las verdades dispersas en los diversos sistemas, cartesianismo, empirismo, filosofía del sentido común y el idealismo especulativo, separándolas de los errores con que se hallaban mezcladas».
En Brasil fue el monje franciscano Francisco de Monte Alverne (1784- 1859) el paladín carioca de la filosofía ecléctica y precursor del romanticismo en Brasil. Se enfrenta desde su cátedra en Río de Janeiro a la filosofía escolástica y al tomismo y se adhiere a las ideas de John Locke y Condillac. Se opuso al exceso de reformismo que provoca el caos y anarquía en Hispanoamérica. El conservadurismo sostenido por los eclécticos brasileños alcanzará un éxito que en vano buscaron sus equivalentes en Hispanoamérica, como sucedió en Argentina, cuyos sostenedores tendrán que enfrentarse a guerra sin cuartel con los partidarios del orden colonial puro, valora Leopoldo Zea. Los gobiernos pacifistas de Pedro I, su hijo Pedro II y su Imperio Constitucional, son como una expresión del eclecticismo en ese país que sigue una como evolución natural, una marcha sin equívocos o tropiezos, concluye Leopoldo Zea.
Brasil, la gran civilización del trópico, es nuestro vecino desconocido y mal entendido. Es momento de volcar nuestra mirada al gigante del sur en momentos en que se reconfigura dramáticamente y a paso aligerado la geopolítica del planeta, sobre todo desde enero cuando vuelve al poder el inefable Donald Trump. Recordemos que Brasil lidera ese contrapeso al occidente industrializado que son los Brics, un actor de primer orden del que ni siquiera soñábamos hace medio siglo. Miremos a Brasil más allá de su magnífico carnaval carioca o de sus deslumbrantes jugadores del balompié. Miremos a su gigantesca literatura encarnada en Clarice Lispector, Jorge Amado, Gilberto Freyre, Mario de Andrade, entre otros. Miremos al barroco brasileño y su inmensa originalidad arquitectónica y escultórica. Leamos el Manifiesto Antropófago o Manifiesto Caníbal de 1928, y las maravillosas ideas pedagógicas del filósofo Paulo Freire. Su “Pedagogía Crítica” es uno de los monumentos del pensamiento del siglo XX.
Brasil y su magnífica idea del “Hombre Cordial” espera por nosotros.
Luis Eduardo Cortés Riera