La parábola de San Benito – Dedicado a Carmelo

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El mejor ebanista del pueblo es devoto de San Benito.
Un día decidió que era el momento de rendir honor y agradecimiento por la gracia concedida, envió a comprar madera de la mejor calidad y comenzó a tallar la imagen del Santo. Terminada la obra la colocó en la entrada de la casa para que todas las personas que fueran a visitarlo, inevitablemente se toparan con la imagen.

Un amigo que requería los servicios del afortunado ebanista fue el primero en tropezar con el santo. Al verlo le llamó la atención y preguntó: “Respetado ebanista, ¿quién es el hombre de la imagen?”, a lo que aquel respondió: “Es mi querido santo, San Benito. A él le debo todo, le he elaborado este hermoso regalo”. El amigo lo miro de arriba hacia abajo y dijo: “Querido ebanista, con el mayor respeto, este señor no parece San Benito, comenzando porque el santo es negro y esas orejas son de hombre blanco europeo”. Cuando el amigo se retiró, el ebanista tomó el consejo y le arregló las orejas.

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Al día siguiente llegó una amiga a casa del ebanista para pedirle que le fabricara un juego de cuarto. Justo al entrar tropezó con la talla del santo, a lo que exclamo: “¿Qué es esto?” El ebanista le dijo: “Es mi querido santo, San Benito, a él le debo todo, le he elaborado este hermoso regalo”. La mujer se queda mirando la talla aproximadamente tres minutos y con una sonrisa impregnada de sarcasmo le dice: “Querido ebanista, esa imagen no se parece en nada a San Benito. Esa melena es lacia”. Al retirarse la mujer, el ebanista toma sus herramientas y corrige los defectos del cabello.

El mismo día, pero al final de la tarde, entra a la casa del ebanista un sacerdote, tropieza con la imagen del santo y pregunta: “Mi querido ebanista, ¿de quien es esta hermosa figura?” Complacido y alegre, el ebanista le responde: “Es mi querido santo, San Benito, a él le debo todo, le he elaborado este hermoso regalo”. El sacerdote con cara confundida le comenta: “Mi querido ebanista, con todo respeto, esa imagen no representa a San Benito, esa nariz perfilada lo hace lucir muy distinto”. Con decepción y cierta molestia, el ebanista nuevamente toma sus herramientas y corrige la nariz del santo.
Al tercer día, un compadre del ebanista decide visitarlo, al entrar tropieza con el santo e inmediatamente pregunta: “Compadre!, ¿y éste quién es?” a lo que el ebanista le respondió: “!Es una bola de billar!” El compadre, que al tropezar había tumbado la talla, la recoge mirándola fijamente y dice: “Bueno… usted dice que es una bola de billar, pero a mí me parece que es San Benito”.

Jose Lombardi
@lombardijose

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