El socialismo de los flojos

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Quien repase la historia de la Unión Soviética, y revise las condiciones del trabajo que existieron entre 1917 y la muerte de Stalin en 1953, los años de su fundación, sabrá que para salir del subdesarrollo en que se encontraba se requirió de un enorme esfuerzo y que muchos murieron de fatiga y hambre en los Gulags, los campos de trabajo forzado.

Puede discutirse la magnitud del costo social y hasta su crueldad, pero lo cierto es que se logró sacar a la URSS del atraso industrial en que se encontraba, esfuerzo complicado y acentuado por la necesidad urgente de prepararse para la guerra con Alemania, en ese tiempo el país más industrializado de Europa continental y que ya llevaba años preparándose para la guerra.

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Si al ciudadano soviético se le exigía un esfuerzo enorme para la producción, mucho más se le exigía a los prisioneros, a los delincuentes políticos, asesinos, ladrones y vagos, sometidos a extenuantes jornadas, mínimamente alimentados y en condiciones ambientales muy duras, como eran los Gulags en Siberia de donde tenían pocas probabilidades de regresar vivos.

Para el pueblo soviético no abundaban los días de descanso, salvo unas pocas fechas patrias. Las fiestas religiosas fueron eliminadas y se aumentaron las horas de trabajo. De hecho, la productividad aumentó tanto que, ya en guerra, la industria soviética producía más aviones, tanques, cañones, etc. que los que podían destruir los alemanes.
Los soviéticos inventaron el stajanovismo, una política laboral orientada a aumentar drásticamente la producción a cambio de mejoras salariales. Fue planteada en 1935 por Alexei Stajanov, un obrero minero quien se dio cuenta que con bajos salarios no podía lograrse alta producción: quien quisiera ganar más tenía que producir más. Dentro de la misma lógica, cuando los chinos averiguaron por qué en una remota provincia se lograban niveles mucho más altos de productividad agrícola, decidieron dar al traste con las concepciones laborales de Mao Tse Tung y la generalización de ese cambio llevó a la China de hoy.Nada parecido a lo que ocurre en Venezuela o en Cuba, quien también padece de baja productividad crónica, pero renuentes a aceptar la lógica del “más produces más ganas”.

En Venezuela el régimen “socialista” disminuyó las horas de trabajo, aumentó los días no laborables. Hizo no castigables las ausencias y el sabotaje laborales, Las empresas del Estado se saturan de gente redundante e improductiva. En las escuelas se eliminan las materias ”rompe coco”, tal vez por exigir un esfuerzo mayor, a pesar de que las necesitamos para producir. Se reemplazan a los empresarios que tienen las experiencias para mantener en funcionamiento las plantas sustituyéndolos por camaradas leales, pero incompetentes e ignorantes que convierten empresas productivas en empresas quebradas.

Y mientras la producción y la productividad van palo abajo, nuestro presidente obrerista tiene la grave preocupación de recuperar el uso del liqui-lique que, obviamente, alguien tiene que producir. Pero la simple verdad es que si seguimos como vamos apenas seremos capaces de producir guayucos. Y al final lograremos el ideal de vestir como los pobladores originarios: con las nalgas al aire.

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