#Opinión: Año Nuevo y esperanza (1). Autor: Rafael María de Balbín

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Año nuevo y esperanza (1)

Rafael María de Balbín
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Seguramente todos hemos experimentado que no podemos vivir sin ilusiones, y, si no las tenemos, nos las inventamos. Si careciéramos de toda ilusión, simplemente nos moriríamos de tristeza y aburrimiento. Y cuando perdemos una ilusión surge enseguida otra para sustituirla. Las ilusiones dan dinamismo y alegría a la vida.
Pregúntate: ¿qué ilusiones tengo yo en este momento? ¿Qué es lo que me hace más ilusión? ¿Mis ilusiones son permanentes o pasajeras?
Somos caminantes por la vida. Hemos dejado ya atrás el pasado, largo o corto, vivimos el momento presente y nos ilusionamos con algo que vendrá después. El pasado forma parte de nosotros y está en la continuidad de nuestra memoria. Lo que no podemos es borrarlo, hacer que no haya sido lo que efectivamente fue. Como dice un refrán venezolano: Tiempo que se va no vuelve, y, si vuelve, ya no es igual. De ahí que sea vano el intento de volver al pasado, ya que la vida es irreversible: el caminante no puede volverse atrás. Vivimos en presente y éste es fugaz. Y estamos proyectados hacia el futuro. Añoramos una plenitud, algo que dé pleno sentido a nuestro vivir y nos llene de alegría. Y estamos conscientes de que todavía no lo hemos alcanzado.
A la vez experimentamos la posibilidad del fracaso, de la frustración de nuestros anhelos: somos caminantes que no tenemos memoria de nuestro punto de partida y que no conocemos bien el punto de llegada. Pero contamos con la fuerza de nuestra libertad y de nuestras ilusiones: podemos libremente labrar nuestro futuro y hacerlo positivo y gozoso. Cuanto mayor es una ilusión tanto más grande puede ser el temor de perderla; decía San Agustín que el temor es amor que huye. Teme aquello que pone en peligro su ilusión.

¿Hasta dónde llegan nuestras ilusiones?
Habrá un momento en que nuestro caminar terreno llegue a su fin. Es el momento de la muerte, que vendrá un día. Con ella habrá un balance, consciente o inconsciente, de las ilusiones alcanzadas o perdidas. Mientras tanto somos caminantes, no hemos llegado a la meta, podemos ilusionarnos más. El hombre no es un ser para la muerte, como ha afirmado un filósofo moderno, porque el hombre se sale del tiempo con la muerte. Todos los que ya fallecieron fueron caminantes por esta vida, pero la sobrepasaron cuando cruzaron ese umbral, que Juan Pablo II denominó el umbral de la esperanza.
La situación del caminante nos revela cómo somos: no tenemos nuestra plenitud desde el inicio, sino que tenemos que labrarla poco a poco. Direte, Sancho, que un hombre no es más que otro si no hace más que otro, decía el caballero andante a su escudero. Al andar vamos abriendo el camino, a golpe de ilusión.
Cada uno de nosotros experimenta que es un hombre limitado, pero con grandes ilusiones y deseos, que están por encima de su limitación. Hay afanes de verdad, de bien, de belleza, de justicia, de paz, de plenitud, en todo corazón humano. La dirección del camino apunta hacia la plenitud, pero todavía no la hemos alcanzado. El sentido de la vida humana no es la nada, la aniquilación, el desespero del fracaso. Pero todavía no hemos llegado. Es como el artista, que anhela realizar una perfecta obra de arte, pero se da cuenta de que aquello no es todavía lo que pretendía. Y no hay mayor obra de arte que la plasmación de una persona.

¿Qué es la esperanza?
La única respuesta que corresponde a la situación real de la existencia humana es la esperanza. En ella se entiende y afirma el hombre, no simplemente como insatisfecho sino como criatura de Dios llamada a la plenitud. La esperanza o es una virtud teologal o no es en absoluto virtud .
¿Qué significa esto? Que hace falta un apoyo para que el hombre se encamine hacia la verdadera realización de sus mejores ilusiones, para que se realice plenamente su ser en el bien. Y ese logro está completamente por encima de nuestras fuerzas, porque procede de la ayuda divina: yo no me he dado el ser a mí mismo ni puedo por mí mismo darle su plenitud. Sólo la Revelación divina nos descorre la cortina del horizonte futuro y nos promete la ayuda para alcanzarlo de una manera satisfactoria. Cada uno de nosotros, con corazón inquieto, busca firmeza y seguridad para sus mejores ilusiones. Necesitamos la magnanimidad, la virtud de los grandes deseos, pese a la real limitación de nuestras fuerzas.

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