#Opinión: Comunismo, esclerosis y muerte energética (III) Por: Zacarias Zafra Fernández

Si fuera imperioso ahora mismo determinar un sistema político que apunte a una constante renovación y perpetuación en el tiempo (considerando asimismo su inserción en la lógica constitutiva de la materia), habría que aludir al modelo de las sociedades democráticas. En ellas coexisten los antagonismos precisos y las corrientes de disociación necesarias, de modo que ningún poder es suficientemente aplastante ni ninguna obediencia lo peligrosamente sumisa. Su energía reside, justamente, en ese estado donde la complementariedad y la tensión dinámica entre las facciones son requisitos de su existir.
Pero son las mismas sociedades, en la soberanía intelectual de sus hombres y mujeres, las únicas capaces de elegir y regular su devenir energético. Ya lo decía Józef M. Bochenski en una de sus meditaciones sobre el pensamiento: “[…] cuando el pensador o el simple hombre pensante tropieza con una contradicción entre la ciencia y cualquier autoridad humana, ha de decidirse por la ciencia […]. Esto se aplica sobre todo a las llamadas ideológicas, es decir, a las afirmaciones sentadas a base de cualquier autoridad humana, social o de otra especie. Por esta razón, todos los filósofos del mundo rechazan y condenan la ideología comunista, que opone a la ciencia dichos de Marx, Engels y Lenin.”
Viendo así las cosas, no parece casualidad que el pensador haya tomado al comunismo como ejemplo de anticiencia. Si bien pone el acento en la lógica sobre la irracionalidad de algunos hombres, complementa lo que ya a este punto sabemos: al pretender igualar a todos los miembros de una sociedad e imponer la autoridad del partido sobre una masa homogénea y colectivizada, el comunismo incurre en graves pecados energéticos.
Y al enfrentarse a la ciencia, al combatir contra los métodos mismos del hombre, no existe otra fuerza posible, además del embeleso arqueológico y un empecinamiento enfermizo, que sea capaz de conservarlo -y resucitarlo- de la muerte.