Durante años, el gobierno ha intentado convencernos de que vivir en democracia es simplemente votar cada cierto tiempo. Pero la democracia real no se agota en las urnas. Implica bienestar, dignidad, calidad de vida. Significa tener acceso a salarios justos, servicios públicos eficientes, libertad para trabajar, educarse, emprender y vivir sin miedo. Y en Venezuela, hoy, esa democracia simplemente no existe. Para el reconocido economista indio, Amartya Sen, la ausencia de libertades políticas, especialmente la libertad de expresión, no solo propicia el autoritarismo, sino que también crea las condiciones para catástrofes humanitarias como el hambre.
En un país donde más de la mitad de los hogares vive en pobreza multidimensional (ENCOVI 2024), y donde el salario mínimo sigue estancado en menos de 2 dólares al mes, la noción de bienestar es una ilusión. Esos 2 dólares no alcanzan ni para cubrir el transporte público hacia el trabajo, lo que ha llevado a millones de venezolanos a sostener dos o más empleos para poder subsistir. Pero eso no es calidad de vida sino una tragedia nacional sostenida por la resignación y la necesidad.
La situación no hace más que empeorar. Este año ha sido una estocada económica para todos: un bolívar más devaluado, un dólar paralelo que triplicó su valor en pocos meses, y una inflación anualizada que supera el 200%. En ese contexto, el gobierno no ofrece soluciones estructurales, sino más de lo mismo: controles, represión, persecución política y un Estado clientelar que reparte bonos que no alcanzan para comer ni suman para las prestaciones sociales. Pero esto no se resuelve con propaganda, tampoco persiguiendo a quienes piensan diferente. Venezuela no necesita más silencio ni más miedo. Necesita un modelo productivo funcional y voluntad política para corregir el rumbo. Se requiere restablecer la confianza, garantizar seguridad jurídica, abrir canales de inversión y liberar las fuerzas creativas del país. Nada de eso es posible con un gobierno que se niega a ceder el poder y asume cada crítica como una amenaza.
La crisis tiene nombre y apellido: es la consecuencia directa de políticas incoherentes, improvisadas y autoritarias que han destruido el aparato productivo nacional y colapsado las instituciones del Estado. Lo más grave es que el gobierno no da señales de cambio. Prefieren mantenerse atornillados al poder a costa del hambre del pueblo, del éxodo masivo, de la destrucción del salario, del colapso del sistema eléctrico, de salud y educativo. Pretenden hacernos creer que la estabilidad es mantener el status quo, pero la verdadera estabilidad se construye con instituciones sólidas, respeto a las leyes y bienestar colectivo.
Venezuela no solo necesita elecciones libres y transparentes. Necesita volver a creer en el futuro. Una democracia sin bienestar es solo un cascarón vacío, una apariencia que esconde la miseria cotidiana. Los venezolanos merecemos algo más: vivir, no solo sobrevivir. Poder trabajar con dignidad, tener servicios públicos, ahorrar, planificar. En otras palabras, con libertades políticas y el respeto a los derechos humanos.
Ese es el país que debemos recuperar. Y solo lo lograremos si dejamos atrás este modelo fracasado que nos ha sumido en la peor crisis de nuestra historia. Porque la libertad sin bienestar es una promesa vacía.
Stalin González