Despersonalizar el análisis de la realidad es tal vez uno de los mayores retos que tienen los venezolanos de hoy. No es tarea fácil cuando el día de muchos transcurre entre precariedades materiales, institucionales, y civiles. Abstraerse de las múltiples crisis que concurren en la coyuntura actual requiere sin duda de un esfuerzo intelectual muy importante. Sin embargo, es esta capacidad de racionalizar las circunstancias adversas lo que puede contribuir a contrarrestar de manera más efectiva las crisis que se están desarrollando.
Ciertamente es una tarea difícil pedir equilibrio, capacidad de abstracción, y visión de futuro, cuando el entorno es hostil e impredecible, pero es precisamente en esas circunstancias donde surgen los liderazgos. Un líder es capaz de sobreponerse a la anarquía colectiva e identificar rutas de acción en lo que a simple vista luce caótico. Un líder es capaz de ver lo que otros no logran captar al estar envueltos por sus cotidianidades. Pero no basta visualizar, también hay que saber transmitir, y para ello conectarse con la cotidianidad de quien le escucha es clave.
El reto es inmenso, visualizar rutas en medio del caos sin que esa abstracción signifique un ejercicio teórico que se aleje de la realidad de quienes necesitan un liderazgo. Sin embargo es posible, la historia ha mostrado hombres capaces de construir visiones utópicas y a la vez capaces de lograr que muchos los acompañen. No se trata necesariamente de líderes mesiánicos, pero sí de individuos capaces de sumar voluntades para una causa común.
Lamentablemente muchos de los “liderazgos” de la Venezuela actual se encuentran entrampados en rencillas personales, nublándoles la razón e impidiéndoles ser guías en medio del caos. Lo peor que puede pasarle a cualquiera que quiera comandar es que quienes le siguen vean dudas, rupturas, y peleas, además de percibir que a quien siguen no tiene claro hacia dónde va. No importa la tendencia ideológica, la gran deuda del presente político venezolano es que hacen falta liderazgos que ayuden a vislumbrar rutas constructivas y que salgan definitivamente de las pugnas marcadas por el resentimiento y la desconfianza.
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