Los resultados electorales del 6 de diciembre están inexorablemente conectados con la secuencia histórica que sigue. Las causas y los posibles efectos también fueron objeto de múltiples análisis con anterioridad. Así como, entre certezas e incertidumbres continuarán.
En clave de Año D, pueden intentarse múltiples reflexiones. A la manera del legado que nos dejara el célebre Día D, simbolizado por aquel 6 de junio de 1944: el desembarco en Normandía, durante la Segunda Guerra Mundial. Que una operación de tal magnitud en medio de una confrontación bélica, estratégicamente planificada en todos y cada uno de sus posibles detalles, no hubiese alcanzado sus objetivos en las primeras de cambio, alterándose sus ritmos internos, en términos de tiempo, es lógico que se le considere como “el día más largo de la historia”.
¿Qué nos depara el 2016 a los venezolanos? A juzgar por los eventos inmediatos al 6D, pareciese que más allá de lo cronológico, la condensación de lo social, lo político y lo económico, con el añadido de lo cultural, impulsarán la permanencia de una disputa y un antagonismo tal, sin soluciones de continuidad, que la crisis seguirá percibiéndose como eterna por buena parte de los ciudadanos, a causa de una dirigencia cuyas manifestaciones de transitar por las vías del diálogo, la conciliación y los acuerdos, sin traicionar sus principios, no pasa de la retórica acostumbrada.
El desconocimiento de las atribuciones y facultades, así como de la sobrestimación de las posibilidades de ejercer el control que legalmente le corresponde, junto con la legitimidad obtenida con el apoyo popular, no puede colocar a la mayoría de la Asamblea Nacional en situación de ruptura con los postulados de la separación y equilibrio de los poderes. La invocación del ejercicio autoritario por parte de la mayoría legislativa anterior como argumento para una actuación similar, no es garantía para superar la tradicional cultura política parlamentaria, rescatar la institucionalidad perdida como se postuló, y mucho menos oponerse por oponerse a las medidas del Poder Ejecutivo.
Igualmente el desencanto, en clave Año D, juega en contra del Gobierno, habida cuenta que la primacía de lo político copa la gestión pública, sobre la base de un modelo administrativo que, pese a la refundación del Estado que desde la nueva Constitución se plasmó, transitó y reprodujo el viejo modelo populista, centralizado, burocrático y militarizado, bajo el cual se llevó cabo la implementación del modelo desarrollista.
La diversificación de la economía se convirtió en letra muerta. Los planes nacionales y regionales no han logrado concretarla. El populismo, el paternalismo, la corrupción y la especulación consolidaron la cultura del rentismo petrolero. El espejismo de la sostenibilidad fiscal desaparece con la caída del precio del principal producto de exportación. El determinismo político privando sobre las condiciones materiales de producción. Sin Economía Política que oriente la Política Económica no hay conciencia social, según aleccionara Marx en su época. Si el desabastecimiento persiste, la guerra económica aparejada a la guerra política, marcará el desempeño gubernamental y, por ende, la hoja de ruta de la oposición perfilará con mayor claridad el 2016 como el año de la defenestración del Presidente Maduro.
Diálogo, disputa, desconocimiento, diversificación, desencanto, defenestración, desempeño, entre otros, aparecen como clave para comprender el 2016. Agregue, descubrir, como dice E. Morin “que el error puede ser fecundo con la condición de reconocerlo, de elucidar su origen y su causa para evitar su regreso”.
