Zarpazo a la soberanía popular

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El Estado con sus estructuras jurídicas y políticas, surge como un proceso y una obra de creación colectiva, del pensamiento y de la mente de hombres civiles, que recibieron un mandato del pueblo, haciendo cabal aplicación del principio de soberanía inalienable, lo transfieren a sus representantes legítimos, para ejercer los atributos de un poder libre y autónomo.
Nace en nuestra organización política, la concepción jurídica de gobierno republicano, emanado de la única fuente de poder legítimo, el sufragio libremente expresado. Basado en esa inspiración soberana, por la solemne Declaración de Independencia, el 5 de julio de 1811, nace el Estado Venezolano, con los atributos de un ente jurídico de esa categoría y, de esta forma, surge la organización institucional, que mediante el derecho y el principio de soberanía rige los destinos del país. Así se conciben la auto determinación internacional y la determinación interna.
Raíz de nuestra evolución institucional y jurídica, en su fecha genésica, este relevante suceso comienza a perfilarse, el 2 de marzo de 1811, con la solemne instalación del Primer Congreso Constituyente Venezolano, de cuyas soberanas deliberaciones, nacen, la primera carta política y solemne Declaración de Independencia, instrumentos que echaron las bases de nuestra organización jurídica, política y democrática y soberana manifestación de emancipación y libertad.
Estos preclaros procesos fueron realizados por ilustres hombres civiles, que demostraron, eran aptos para la vida y el ejercicio de la democracia. En razón a su relación y formación política, esos eminentes legisladores y representantes populares, que protagonizaron con su mandato la creación del Estado, recibieron el influjo espiritual y político de ese universal movimiento de las ideas y los sistemas que fue la Revolución Francesa, las luces de la Ilustración y los principios de la Filosofía Revolucionaria de su tiempo, o sea, el Racionalismo Británico.
Con sabia tuición y juiciosa comprensión, la Suprema Corte de Caracas, dictó las normas del primer proceso electoral celebrado en el país, una de cuyas pautas principales, insiste en recomendar expresamente a los electores, que eligiesen como representantes a personas integras y patriotas, que poseyeran las condiciones relevantes para: “Sostener con decoro la Diputación y ejercer las funciones de su instituto con el mayor honor y pureza”. En ese Primer Congreso, instalado el dos de marzo de 1811, la Republica hallará siempre su más alta lección política”.
Que ironía del destino. Cómo es de insólito el acontecer de hoy con la perplejidad y vergüenza que suscita, este grupo de una mayoría accidental de advenedizos, de la Asamblea Nacional, unirse para perpetrar tan vil suceso: asestar golpe mortal a la soberana voluntad popular y unirse para asestar el golpe más ignominioso que registra nuestra Historia Civil; volver trizas el derecho de sufragio, única fuente de poder legitimo y desbaratar la institución que encarna el mandato soberano de un representante popular.
Este adefesio jurídico, aborto de la justicia, donde se sabe aportaron opinión jueces de mentalidad de verdugos, sin contar otros, que dieron la ofrenda de sus rastreros enconos concentrados, se aprecia sutil decadencia del Poder Civil y ya se insinúa, en visos decrecientes, malignos descalabros de una pugna entre institucionalismo y personalismo, que busca imponer su plaza, desacreditada y ventajista, en una ostentosa hegemonía del poder. Se desconoce la soberana voluntad popular, se destroza la Constitución y la ley pierde su natural coacción especifica.
Desde la perspectiva del oficialismo, coaligados todos los poderes, no por los claros senderos del institucionalismo, sino por medio de adulaciones cortesanas, el Estado sofoca el ciudadano para doblegarlo por medio del poder. Como la iniquidad no puede tener fueros, es la hora de los pactos cívicos, de las alianzas, de las asociaciones y del empleo de los medios pacifistas, para enervar la acción de un poder arbitrario y retrógrado, se restablezcan los derechos coartados y la justicia y la libertad, sean contra partida al odio, la retaliación y el cohecho. Quienes no se redimen de su mundo de horror y subterfugio, piensen, a donde los conduce esta cadena del tormento de actuar bajo el acoso permanente del síndrome de la paranoica del odio, en el descargue de pasión, en este sabio y bíblico principio del Eclesiastés: Vanidad de vanidades y todo es vanidad.

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