Me sorprende, en Margarita, la muy triste noticia de la muerte de Juan Páez Ávila, ocurrida en su casa de Caracas.
Maestro de periodistas en la cátedra universitaria, cuentista premiado, novelista de títulos que son lúcido fresco de nuestra evolución histórica y social, pulcro parlamentario, demócrata afanado, Páez Ávila es hijo insigne de esa telúrica zona del municipio Torres llamada La Otra Banda, que tan brillantes aportes ha dado a la música, al periodismo y a la intelectualidad nacional.
Me enorgullezco de haber sido su amigo. Fue un seguro guía en mis inicios en el oficio de periodista, siempre presto a orientar, a iluminar, a estimular. Hace poco fui invitado a ensayar una semblanza de él, en la UCLA, en ocasión de sus 90 años. El creador del mundo mágico de Carohana, cuyo nombre se le dio a un centro de investigación histórica, deja un legado que sólo saben y pueden dejar tras su estela vital, los hombres nacidos para las grandes empresas de las artes, el pensamiento y la acción.
Agradezco a su sobrino y albacea Wilfredo, la participación de esta noticia tan conmovedora, pero de la que por ningún respecto podíamos estar ausentes. Carora, el estado Lara y por humanista extensión, el país como un todo, lloran la desaparición física de Juan Páez Ávila. Su nombre ha quedado por siempre escrito con letras de oro en la memoria y el corazón de sus paisanos, amigos, alumnos, compañeros de faena política y una inconmensurable legión de lectores que habrá de crecer con el paso del tiempo, de continuo el mejor calibrador de la valía y vigencia del ciudadano universal que él alcanzó a ser.
Adiós, querido amigo. Te extrañaremos.
JAO