Manuel Naranjo, un gregario del deporte

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En lo periodístico, toparse con un atleta de élite es envolverse en lo mítico y codearse con deidades, efímeras unas, perennes otras, pero todas extasiadas en el olimpo deportivo, ese que, escalones más abajo, en otros apartados cobija y arropa en su seno a personeros poseídos de otras aureolas, verbigracia: humildad y jovialidad, características que definen a Manuel Orlando Naranjo Matute, un cabimense que sembró cepa en tierra larense cuando apenas cumplía 15 de los 64 años de edad que tiene actualmente para, con sapiencia y bonhomía, ser el guía, maestro, amigo y preparador físico de muchos.

Ubicarlo no fue tarea difícil. Las buenas referencias, en cadena, de quienes han sido sus conducidos nos llevaron rápidamente con acierto hasta tenerlo la fría, lluviosa y agradable mañana del pasado lunes en la sede de El Impulso. Hubo puntualidad de relojero suizo. Maletín –archivo ambulante- en mano y un anecdotario infinito sobre el hecho deportivo, incluidos sus protagonistas.

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Conversar con éste tallador de la fibra muscular es también abrir el dique de la cascada histórica deportiva del país y de la entidad, porque Manuel Naranjo, a la par de lubricar con disciplina y metodología el funcionamiento de la máquina humana para el momento del clímax en la actividad deportiva, también se ha encargado de registrar en su caja mental un anecdotario infinito del hecho deportivo. Memoria prodigiosa.

Riguroso y metódico, gran calibrador de la condición humana, especialmente del atleta, Manuel Naranjo, encapillados sus enrojecidos ojos bajo la visera de una gorra negra –que nunca se quitó- en homenaje al fallecido ciclista Víctor “Escaparate” Suárez, narró sin disonancias gran parte de su vida, sin olvidar aquella que, en términos pretéritos, lo llevó a ser “aguatero” de ciclistas como Domingo López, Rafael Suárez y José Romero, para solo citar tres.
Una a una, ayudado muchas veces con soporte de documentos que unas manos adustas y de largos dedos extraían del maletín como el apreciado y añejo libro sobre preparación física para el boxeo que una vez le regalara el expúgil Alfredo Pérez y cuyo autor es el ruso A.I. Buluchev, encadenó sus vivencias, esas que sin remilgos y como una asperjadora humana refiere en cualquier escenario.

Impenitente oyente

Como casi todo creyente y apasionado seguidor del hecho deportivo, el profesor Naranjo -así lo menciona la mayoría-, en su natal Cabimas fue un impenitente oyente de las transmisiones de béisbol referentes a la Liga Occidental y de boxeo con el ídolo de la época, Ramoncito Arias. Se fraguaba la pasión.

Evoca en sus andanzas hercianas haber oído en directo a través de Radio Calendario el robo del home en Grandes Ligas por parte de Elio Chacón y la voz melodiosa de Armando Molero en la interpretación del Cocotero, pieza que años adelante patentó como “ama y señora” de la misma, Lila Morillo.

Lector, vitalicio y voraz, también lo es.

Más y más documentos, como un enjambre, saltaban del voluminoso maletín negro, entre ellos una colección propia de recortes de los principales periódicos del país que dan testimonio de la épica hazaña de “Morochito” Rodríguez cuando conquistó el primero oro venezolano en Juegos Olímpicos, México 1968.

Naranjo, en ciclismo y en béisbol, deportes en los que incursionó, no traspasó barreras para llegar al alto rendimiento, pero si recuerda las muendas pedaleras hacia El Venado, guiados por el italiano De Biase, como integrantes del Club Aros.

En ese transcurrir llegó la hora de embalar y tomar camino a Barquisimeto donde se instala como expendedor de medicinas en una farmacia en los alrededores del estadio Daniel Canónico y a la par estudia de noche en el Juan Sequera Cardot hasta hacerse bachiller, para luego ingresar al Instituto Pedagógico Barquisimeto, del que egresó como Profesor de Educación Física. Era el abrirse camino y la “posibilidad de crecer”, respaldada con fe ciega al rechazar un tiempo completo en Santa Cruz de Bucaral (Falcón) para quedarse con apenas ocho horas en Barquisimeto. Muchos lo tildaron de loco porque eso no se hacía.

Una droga, el boxeo

Sumergido, más y más en lecturas deportivas, el profesor Naranjo, abrazó con pasión sus andanzas en el entorno de los cuadriláteros. Muchos años después no se arrepiente de nada, en lo absoluto, todo lo contrario. Bonachón, como de costumbre, lo asimila y se enorgullece que la mayoría de sus acciones hayan sido ad honoren. Altruista al por mayor, aunque en los recovecos del maletín no se consigan los soportes de tan grande condición, pero otros voceros, con testificación verbal lo certifican.

En sus manos un verdadera constelación de atletas, lista extensa, no solo del boxeo, sino de otras disciplinas, como el baloncesto (Panteras de Lara), esgrima (“Mily” Pérez), béisbol y softbol (Rogelio Sequera, Valmore Carrasco, Luis Leal), entre otros, porque su radio de acción se ha extendido al Colegio de Abogados, el judo y en los últimos años las selecciones de discapacitados.

El cruce con dirigentes como Domingo Carrasquel y Epi Guerrero, Gregorio Machado, Alberto Cambero y “Chico” Carrasquel, por ejemplo, lo han llevado a ampliar el abanico de sus conocimientos a la parte técnica, pero él, caballero, respetuoso hasta lo indecible deja la sentencia final en ellos. Puede haber sugerencias, pero “cada quien en lo suyo”, refiere.

Sin embargo, su mayor cruzada está en el boxeo, pasión y adicción agregaríamos nosotros.

Los primeros pasos en el entorno boxístico larense al lado de entrenadores de rango, Naudy Medina y William Piñero, más el entrecruce de santos y señas con Ángel Edecio Escobar, Francisco Arévalo y Miguel Avendaño, le dieron el sedimento necesario hasta, con la ayuda del libro que le regaló Alfredo Pérez, implementar, por primera vez en el país, el trabajo de pesas en la preparación física de pugilistas. Su gran orgullo.

Ahora se engolosina. Uno a uno los nombres, irrepetibles por lo extenso de la lista, los púgiles bajo su mandato. Énfasis en los súper dotados como Patrick López, Alfredo Pérez y Omar Catarí, de quien, con lujo de detalles, también extraído del maletín, el atlas –láminas- de su acondicionamiento físico para citas internacionales, la mayoría de ellas, casi todas las del ciclo, salvo los Juegos Olímpicos, su gran sueño hasta ahora no cumplido.

Servidor social

En la parte más reciente de su vida, cumplida su jubilación hace dieciocho años, con ahínco y tesón, su esfuerzo se ha volcado al servicio social, adentrándose en organizar contiendas deportivas en las comunidades como la Carrera del Chivo, lanzada este año a su sexta edición; Deportes, cuerdas y serenatas, en la que se rinde homenaje a figuras y personalidades, al igual como ha sucedido con el Ciclo Paseo Urbano y Caminata, flor y serenata, dedicada a las damas. También existe la jornada llamada Relevo Largo en la que en una oportunidad se homenajeó a Amleto Monacelli, quien compartió todo el día con los participantes en señal de agrado.

Todo lo anterior sucede bajo el amparo de la Fundación Mil Metros de Alegría de la cual Manuel Naranjo es su soporte principal, empujado a la distancia por la fuerza que aportan sus tres hijos, quienes, al unísono tienen la certeza, como él mismo se definió, que su padre es un “gregario del deporte”, un menestral de esos que no se ven pero se sienten con gran espesura en el gran combo deportivo.

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