EPISTOLA PRECEPTIVA DE MONSEÑOR EDUARDO HERRERA RIERA

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Doblegado por poderoso mal que soporta con viril estoicismo y no obstante haber disminuido su fortaleza física, Monseñor Eduardo Herrera Riera, Obispo Emérito de Carora, tuvo energía y entusiasmo realizador, para enviar al señor Presidente de la República, Comandante Hugo Chávez Frías, una preceptiva carta, en la que alude importantes y significativos aspectos y circunstancias, atinentes al fuero ético del Jefe de Estado, a su voluntad de determinación y a sus entrelazadas relaciones políticas y administrativas, suscitadas durante el ejercicio de la Presidencia de la República.

El primer señalamiento que apreciamos de manera diáfana y ostensible en esta misiva, es la integra convicción que deja en sus lectores, que la Iglesias no es una institución adicta a los regímenes de fuerza. Los Ministros del Señor se expresan con altiva independencia de criterio, por eso los diálogos que entablan están asistidos del fundamento de la absoluta verdad y como una emanación de la incuestionable libertad.
Hombre del evangelio y temeroso de Dios, en un gesto de paternidad unánime, Monseñor ha hecho buena la oportunidad, para guiar y orientar al Presidente en su camino al redil crismo donde se congregan los buenos y los justos, con lo cual cumple su digno misterio, entre ellos de sumo contenido, la salvación de las almas de las sirtes malignas del pecado, por medio de eficaces dispositivos de los mandamientos de la caridad, la reparación y la justicia sin odiosas exclusiones, redundando en beneficio divino con la infinita misericordia de Dios.
En el hermoso contenido lírico de su poema universal la Oración por Todos, Don Andrés Bello, se solaza en declarar: en los zarzales de la vida alguna cosa deja cada quien, “El ovejo su blanca lana, el hombre su virtud”. En esas apremiantes tareas del gobierno, el Presidente ha ido perdiendo sus virtudes paradigmáticas, cuando libra órdenes en arbitrariedad, en gravamen irreparable a la libertad, de reprimir los derechos humanos de violación de la constitución y de obstrucción de la prensa y la libre expresión del pensamiento y de ofensa a la dignidad de la persona humana y con esta comisión de injustas ordenes, no puede estar en alianza con la gracia divina. La carta de Monseñor es vivo testimonio para que el Presidente retorne al redil de los buenos y los justos y goce de la salvación del alma por los medios eficaces de la caridad, el arrepentimiento y la reparación. Esa es su angustia, esa es su honda cavilación.
En tan noble misión obra y ora por el bien de su grey, de sus ovejas descarriadas para orientarlas y guiarlas a un aprisco de bienestar de convivencia humana y de paz, donde la sangre fraterna no se derrame, donde democracia sea el único sistema político susceptible de absoluta libertad y República sea la organización jurídica y política, donde el gobernante no sea déspota ni el ciudadano súbdito.
El obispo Herrera pone de relieve un espíritu propicio a enaltecer los más acendrados valores del espíritu, el emblema de paz y el apóstol de una causa orientada a la consecución del bien común, donde cese la persecución y la violencia y de nuestra sociedad quede excluida la paranoia del odio y sus funestas consecuencia, solamente haya cabida al eco de los más sentidos sentimiento humanos, donde espigue la convivencia de hombres capaces para la tolerancia y responsables para la libertad y sin ninguna interferencia del sector oficial hacia la solidaridad social y la unidad nacional.
Cuando Monseñor Eduardo Herrera Riera, fue nombrado Obispo de Carora, en la edición del Diario EL IMPULSO, de fecha 31 de julio de 1.992, dijimos los conceptos siguientes: Carora entera y con ella Venezuela en su totalidad, celebran con una euforia perdurable, el fausto suceso que registra con relevancia el sentimiento cristiano del nombramiento de Monseñor Eduardo Herrera Riera, como Primer Obispo de la Ciudad del Morere. Es un suceso que mucho nos complace, saber que nuestro manso y virtuoso Pastor Auxiliar, fue elevado a la dignidad de la mitra en el propio pueblo que lo vio nacer, el terruño de sus afectos, que se ufana de distinguirse con el preclaro cognomento de Nuestra Señora de la Madre Dios de Carora, que le adjudicó su Fundador Juan del Trejo.
La memorable circunstancia de esta merecida designación de Monseñor Herrera Riera, nos lleva a recordad con exultancia y jubilo singulares, que Carora dio a la Patria y a la gloria de Dios, figuras sacerdotales que son prez y ufanía del gentilicio. Bajo su cielo trasparente y su tierra áspera y brava, nacieron Obispos eminentes que honraron con sus virtudes paradigmáticas y sus limpias ejecutorias la dignidad de la mitra y fueron dechado sobresaliente de buena misión episcopal al servicio de Dios y de la Patria.
Con su exuberante emoción lirica, el padre Carlos Borges, en rapto de exquisito subjetivismo lirico, en carta enviada a Don José Herrera Oropeza, Director del Diario, dibujó con buena tinta, estas virtudes descollantes con que elogió a Carora, según esta alusión insuperable: “Urbe veneranda, ciudad matrona, doctoral, levítica, guerrera, tiene las virtudes características de sus rancias abuelas españolas”.
Testimonios epistolares como este de Monseñor Eduardo Herrera Riera, vinculan entre sí nobles ideales y sentimientos comunes, estimulan la convivencia civilizada y dan a los pueblos la fiel presencia de sus bienhechores sociales y al amparo de un espacio de equidad y libertad.

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