#Opinión: Los frutos de nuestra indiferencia. Autor: Julio Castellanos

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Los frutos de nuestra indiferencia

La ocupación ilegal de terrenos privados, conocida popularmente como “invasiones”, son una práctica antigua de populismo barato en el cual dirigentes políticos llenan de promesas a personas humildes y los conducen a tomar por la fuerza espacios donde, creyendo ellos ser dotados de viviendas dignas, terminan viviendo en casas construidas con materiales de desecho, sin servicios de agua potable, sin cloacas, con tendidos eléctricos hechos de forma artesanal, sin escuelas ni servicios de salud cercanos, es decir: El infierno en la tierra. Vivir en un lugar así, por la irresponsabilidad de supuestos “redentores” sociales, es una total calamidad y compromete el futuro de la familia, de la educación de los niños y sus posibilidades futuras de salir de la pobreza. Estos lugares tan carentes de servicios están destinados a constituir cinturones de pobreza alrededor de la ciudad formal, difícilmente asimilables y, ante la total desatención pública se convierten lentamente en centro de operación de peligrosas bandas delictivas que cuentan con una fuente inagotable de miembros: Los niños excluidos del sistema educativo.
Sin embargo, ¿la solución es tumbar los ranchos y lanzar a estas familias empobrecidas a vivir en la calle? De ninguna manera. Estas familias fueron objeto de engaños y estafas por parte del oficialismo militarista y como tales merecen de nuestra parte solidaridad y, obviamente, debemos ofrecer soluciones a estas personas que antes que victimarios son víctimas de la inmoralidad vestida de rojo. En tal sentido, es pertinente regularizar la tenencia de los terrenos tomados por la fuerza a través de las “Invasiones” siguiendo ciertos pasos: 1) Pagar el justo precio a los antiguos propietarios de los terrenos invadidos conforme a la legislación vigente, a cargo del Tesoro Público, realizándose con ello el procedimiento atinente a la afectación de terrenos privados en virtud de su utilidad pública 2) Realizar los parcelamientos necesarios para dotar a las familias de la propiedad del terreno que habitan bajo cierta racionalidad urbana, es decir, pensando en la existencia futura de servicios, infraestructura educativa, asistencial y recreativa a la cual estos ciudadanos tienen derecho 3) Prohibir futuras ocupaciones ilegales y sancionar efectivamente a los incitadores de tales acciones.
Mantener nuestra grosera coexistencia con las “invasiones” sin promover cambios, como si no fuera con nosotros, como lo hace la actual administración militarista, es un insulto a la dignidad humana. La masas empobrecidas y miserables que viven de las sobras de una sociedad frívola, ensimismada y consumista (de smartphones, senos falsos, centro comercial y carro con sonido) pagan un muy alto precio por nuestra indiferencia. Si usted, amigo lector, entra a estos escenarios “dantescos” de las “Invasiones” que pululan en nuestra ciudad, observe que aquellos niños tienen como modelo de éxito social a delincuentes con “Hierro” y Moto (generalmente acompañado de las niñas más agraciadas); no quieren ser médicos, abogados o ingenieros y no los culpo ¿porqué un niño de invasión querría formar parte de una clase social que lo desprecia por su origen? Por lo menos en el malandro encuentra cierto sentido de la solidaridad y protección.
La inacción de nuestra sociedad con respecto a las necesidades de los más desvalidos nos deshumaniza a todos y, eventualmente, el ensanchamiento de las brechas socio-económicas entre los acomodados y los sobrevivientes que estamos heredando del Chavismo (que mucho hablo pero poco hizo) pondrá en riesgo nuestras ya endebles instituciones en el futuro cercano. El odio acumulado, mezclado con indiferencia y exclusión puede ser una bomba de tiempo que es necesario desactivar. Recientemente fui atracado en un autobús por un grupo de jóvenes que, con cuchillo en mano, me quitaron lo poco que tenía pero… el cuchillo me pasó muy cerca de la garganta y de mi estómago. Tuve la percepción de que su interés no eran los 50 Bs. que finalmente consiguió de mi, me pareció ver en su mirada un grito desesperado de justicia. ¿Qué estamos esperando? ¿ser todos ajusticiados?

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