La Semana Santa, en toda la comunidad católica, que es un alto porcentaje de la población mundial, preserva su tradicional acento religioso, con lo cual se busca mantener activa una Iglesia que tiene a Jesucristo como símbolo emblemático de su doctrina.
Pero estos días también son propicios para el humano ejercicio de reflexión alrededor de los asuntos que de una u otra forma tienen que ver con la existencia de la sociedad, en cualquier nación.
Es conveniente reflexionar sobre la paz, tanto más en Venezuela, abrumada por diversas violencias que han generado miles de víctimas y al mismo tiempo dejan secuelas de alto impacto perturbador. Buscarle una salida a esa situación de conflicto desgarrador debiera ser uno de los mayores esfuerzos en común.
Es absurdo que en medio de tanto odio que reina en el país no haya sido posible encontrar el rumbo de la paz. Otro de los males en que los venezolanos tienen que poner empeño para su erradicación es el de la corrupción, cuyos efectos negativos parecen competir con los estragos que genera la inseguridad ciudadana.
Ese fenómeno, que sacude las bases del país y agudiza problemas en los sectores más vulnerables y débiles, no se pueda seguir consintiendo. Hay que impedir que unas cuantas manzanas podridas sigan contagiando toda la cosecha. Gobernantes, magistrados, alcaldes, servidores públicos, dirigentes, profesionales, estudiantes, académicos, artistas, ciudadanos de cualquier clase social, fe religiosa o grupo étnico, están en la obligación de tomar en cuenta los problemas del país y asumirlos a fin de trabajar en la solución que se les debe dar.
Venezuela tiene que estar articulada a un destino que lleve al saneamiento de sus vicios y otras tantas inequidades. Tiene que fortalecerse la democracia, no como una expresión política inocua, sino con los contenidos que se reflejan en el bienestar colectivo con la solución de conflictos y problemas crónicos. Hay que reflexionar, en fin, sobre lo que se debe hacer por Venezuela para garantizar que es una nación regida por un Estado de Derecho.
El país ya no aguanta más violencia y debe mirar hacia el progreso como lo están haciendo otros países latinoamericanos. En la medida en que alimentemos de violencia a la población, sólo eso nos esperará en el futuro. La riqueza o el progreso no llegará por suerte. Llega con el trabajo y con la paz. Solía decir un viejo dirigente político que a este país le faltaban propósitos nacionales. Objetivos que concitaran el ánimo popular y movilizaran al grueso de la ciudadanía hacia ideales comunes.
Ojalá que llegado el último domingo de la semana nos sintamos renovados y con ganas de ser protagonistas del cambio no solo en nosotros mismos sino en nuestra sociedad necesitada de obras buenas.
